Casi a diario me despierto ¿disfrutando? de
un capítulo de lo que Herrera,
con tanto acierto, llama “Pasión de Catalanes”. Las primeras veces casi me hacía
gracia. Ahora asisto, estupefacto, a un espectáculo que no debería haber ido a
más si nuestro Presidente hubiera
aplicado el principio que da título a estas letras, porque, curiosamente, el
principio sí se nos aplica a todos y cada uno de los españolitos de a pie a los
que nuestros legisladores han llegado a indicar cómo
se debe o no educar a los hijos.
Hoy me sorprende leer que el gobierno ha
encargado a nuestros servicios jurídicos (nuestros, de todos los españoles), la
tarea de analizar la declaración de soberanía de 1/17 de los españoles porque,
en su opinión, las
consecuencias que puede tener el no dar respuesta, son cero. Claro. Pero si yo amenazo de muerte a mi
vecino de abajo (que a veces viene de visita a la una de la mañana) entonces va
a ser que sí es necesario hacer algo, ¿no?.
Mire, Sr. Rajoy. Si esto se hubiera atajado
desde el principio, por la justicia ordinaria, utilizando al cabo Pepe de la
Policía Judicial y enviado este por el juez de turno, nos hubiéramos evitado
todos dolores de cabeza, situaciones embarazosas y demás imágenes que ponen en
ridículo a nuestro país y a los que en él vivimos.
De entrada, si un político español desconoce
que “La
soberanía nacional reside en el pueblo español, del que emanan los poderes del
Estado. “, ¿Cómo puede ejercer un cargo público?
Insisto,
¡Autoridad!, porque veo que brilla…por su ausencia.
No sé lo que
piensas, estimado lector, pero cada día me resulta más difícil oponer
argumentos a los anti-sistema. Lo de oponerme va siendo visceral, porque lo que
es lógico…poco.
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